Cuento de Navidad III – El Fantasma de los Proyectos Futuros

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Una oscuridad espesa, profunda, casi sólida, ocupó el espacio que antes era la habitación. Él intentó hablar, pero algo le crispó la garganta. No era miedo… era anticipación. Entonces, a su derecha, una sombra se levantó lentamente del suelo.

No tenía rostro. No tenía forma clara. No parecía caminar: simplemente estaba ahí, como si hubiese nacido del propio silencio. El aire se volvió frío. Él contuvo la respiración.

El Fantasma de los Proyectos Futuros había llegado.

Sus sensaciones eran extrañas, no tenía frío, no tenía calor, no tenía sueño pero estaba cansado, no tenía energía, no podía moverse, no pensaba en nada, no veía más que una sombra frente a él, pero no tampoco tenía miedo… No tenía nada, es como si la presencia de esa sombra le hubiese arrebatado todo su ser y su esencia. Nada escapaba a su presencia y a la vez no había lugar a tener miedo.

— ¿Quién eres tu? ¿Qué quieres de mi?— Dijo él aturdido.

El fantasma no contestó, no se podía ver nada de su ser, sin embargo se sentía observado de alguna forma.

— Dime algo, ¡maldita sea! ¿Para qué estás aquí?

Lentamente el fantasma levantó lo que parecía una mano poniendo la palma hacia arriba y se iluminó una escena en su palma. Sintió que su visión se veía atraído como la luz a un agujero negro mientras que su cuerpo permanecía en la habitación.

Una vez dentro de la escena se fueron cambiando las imágenes y visiones. Vio su yo futuro dando cursos de formación a grupos de consultores, como antaño lo hiciese. Vio como servía de ayuda y guía a otros compañeros más jóvenes pero llenos de ganas, sin ser el ejecutor de tareas, siendo el faro. Se vio a él atendiendo consultas de empresas, definiendo procesos y aportando soluciones a necesidades.

La escena desapareció de forma abrupta con una nube de humo negro y su visión, secuestrada, volvió a su cuerpo que nunca se movió del cuarto.

—¿Qué fue esto? ¿Este es mi futuro?—

El fantasma bajó el brazo lentamente, sin emitir ningún sonido ni proporcionar ninguna señal a su interlocutor que lo increpaba.

—¡Vamos! ¡Dime algo! ¿Qué era eso?

El fantasma levantó lo que parecía la otra mano y se iluminó otra escena, por mucho que luchase, su visión se vio de nuevo secuestrada por la escena y se vio envuelto de nuevo en una visión que él no podía controlar.

En esta segunda escena volvió a ver su escritorio lleno de papeles, su portátil esta vez con dos grandes pantallas a los lados, sonando sin parar con notificaciones pendientes de leer en cada una de las pantallas. Se vio sentado en la silla, haciéndose cada vez más pequeño, respondiendo notificaciones. Se hizo de noche y seguía contestando mensajes hasta que terminaba su trabajo y apagaba su trabajo mientras se apagaba él. No se veían niños, no se veía familia, solo se veía como se iba a dormir para despertar de nuevo a lo mismo al día siguiente. El castigo de Sísifo personificado.

La escena desapareció como la anterior con un fogonazo de humo, y la vuelta de su visión al cuerpo, que le dejó aturdido y preocupado. No solo por el humo, sino por la visión que había visto.

—¿Esto es a lo que voy abocado?—Pensó—¿Dónde estaba mi familia, mi tiempo, mi vida?

El Fantasma no dijo nada, solo volvió a cambiar de mano y otra visión apareció iluminada.

Esta vez vio su escritorio limpio y ordenado, con la tapa del ordenador cerrado. iluminado de luz natural de la ventana y una nota en post-it pegada en la tapa que decía. «Nos vamos de viaje». En la siguiente imagen se vio volviendo a abrir el ordenador y atendiendo a su trabajo con un semblante tranquilo, relajado y orgulloso. La imagen cambió a una serie de imágenes de él trabajando en diversas oficinas, atendiendo consultas y participando como guía en grupos de proyecto, hablando con clientes y proveedores.

La imagen volvió a desvanecerse repentinamente. Esta visión le había traído paz y tranquilidad, pero volvía a estar en su escritorio junto con esa presencia oscura e insondable. Ya no intentaba hablar con el Fantasma porque sabía que no iba a obtener respuesta. Pero la situación era incómoda, el fantasma había bajado los brazos y no interactuaba de ninguna forma. Se cansó de esperar mirando a la nada, al rato de estar quieto mirando la «sombra» le dijo.

—¿Qué es lo siguiente? ¿Qué falta? ¿Cuál será mi futuro?

El fantasma siguió parado sin moverse, sin hacer un gesto, sin mostrar ningún atisbo de movimiento o intención de comunicarse. Él decidió levantarse y acercarse al fantasma, al intentar tocarlo su mano, brazo y cuerpo se vieron atraídos como su hubiesen tirado de él hacia la nada y entró dentro del cuerpo del Fantasma. Se encontró en un espacio blanco, iluminado pero infinito, sin posibilidad de ver el fin por ninguno de los caminos posibles. Gritó lo que pudo.

—¿Hacia donde tengo que ir? ¿Dónde está el camino?

La escena desapareció y se encontró en el mismo sitio donde siempre había estado, en el escritorio. La habitación estaba en silencio. No había niebla, no había sombras, no había frío. Solo la tenue luz de la pantalla encendida y el sonido lejano de la casa dormida. Miró el reloj. Había pasado más tiempo del que creía… o quizá no había pasado ninguno.

Se quedó quieto unos segundos, como si esperase que algo más ocurriera. Nada ocurrió. Apoyó las manos sobre el escritorio. Cerró el portátil con cuidado.

Por primera vez en mucho tiempo, entendió algo con claridad: el futuro no estaba escrito… pero tampoco estaba decidido. Y le tocaba a él recorrer ese camino.

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