Año 2024
Tercera Guerra Mundial
Ahora las máquinas son las que hacen la guerra pero tiene que ir un humano a configurarlas, ponerlas a punto y ordenar lo que deben hacer. Te ha tocado coger tu mejor arma y salir al campo de batalla a preparar tu batallón de combate de máquinas para atacar al enemigo. Tu enemigo está formado por un conjunto de tostadoras con sables, son viejas, obsoletas, pero ¡joder! ¡tuestan muy bien el pan!. Tu objetivo es que tus máquinas asuman ese tueste de pan de manera más eficaz, eficiente y que además sepan preparar café, bollos y muffins magdalenas. A tu derecha está uno de tus compañeros, es joven, pero tiene más huevos que el puto equipo entero de rubgy Neozelandés, a tu izquierda, otro de tus compañeros, es el conseguidor, consigue tabaco, chicles, «esa llave Allen» que te hace falta para apretarle a uno de tus robots la tuerca correcta, además es gracioso, mantiene la moral de la tropa en niveles casi de familia. Por encima vuestro está el jefe, pero le ves siempre dentro de la trinchera empalmando cables y cargando baterías para el asalto. Al otro lado de la trinchera, separados, pero no lejos, está el resto del equipo, algunos acaban de alistarse en el frente y no han vivido una guerra, pero tienen ganas y energía. Esa que a ti a veces te falta.
Tu has estado ya en muchas guerras de este estilo. Sabes a lo que huele la carne quemada de consultor al explotar una bomba en producción. Sabes a qué saben tus lágrimas unidas de sangre al estar más de 4 horas en una reunión absurda. Tienes cicatrices, escaras y marcas que te recuerdan batallas pasadas, fantasmas del pasado que se te aparecen por la noche. Pero todavía te sigue palpitando el corazón antes de entrar de batalla, todavía te llenas de satisfacción ante la batalla ganada y todavía sigues sintiendo el abismo al ser alistado en una nueva guerra o en la batalla final de la guerra. Ya no tienes miedo, ya no estás nervioso, estás tenso y preparado.
Ahora bien, hay guerras y guerras, hay batallas que puedes ganar y otras que nunca vas a ganar. Y las guerras no se ganan solo, necesitas a tu batallón, tu equipo, tu gente. Necesitáis trabajar como una orquesta, cada uno entrando a su tiempo, tocando su instrumento y sabiendo perfectamente lo que hace el otro y cómo realizar su trabajo. El director de orquesta debe guiar, controlar y ayudar a su orquesta.
Pero en medio de la guerra pueden pasar muchas cosas. Uno de tus compañeros, «el conseguidor», decide que esta guerra ya no va con él, que quiere alistarse en otro cuerpo armado, que quiere otras guerras. Has estado en muchas guerras y luchado codo con codo con muchos compañeros, muchas veces has sido tú el que ha abandonado la trinchera para buscar otros horizontes. Pero ahora estas en la puta Tercera Guerra Mundial, silban las balas por encima de tu cabeza, aprietas los dientes y el culo, te limpias el barro de la cara y agarras tu arma como si fuera tu cordón umbilical que te une a la vida. Miras a un lado, tu compañero joven está recargando su arma mientras, con la otra mano, está realizando un plan de ataque sobre el objetivo. Miras arriba, tu superior está de pie, encima de la trinchera, hablando por teléfono, con un cigarro en la boca y gritando como un loco. Pero miras al otro lado y ves que no hay nadie, ¡Mierda! ¡Darías una pierna por un café con un compañero!
Ese hueco en la trinchera será rellenado, nadie es imprescindible, pero para ti, que llegaste a esta guerra cuando ya estaba muy escalada y con muchas bajas, tu compañero generaba el ambiente necesario para aguantar el sonido de las bombas explotar en el exterior de la trinchera. Llevas mucho tiempo en muchas guerras, y has visto muchas bajas y mucha gente que abandonó la trinchera. ¡Maldita sea! ¡Tú también has abandonado alguna!. Y sabes que es posible que te encuentres en otras batallas, de otras guerras, con antiguos compañeros. Llegados a este punto, miras el vacío de tu izquierda y piensas:



